Filme. ‘El poder de la cruz’ es dirigida por Jon Gunn |
Durante esos 120 extenuantes minutos (otro aclarando, como la vez anterior: a nosotros nos parecen extenuantes, es muy posible que si el lector pertenece a una de las docenas y docenes de templos cristianos que sobreabundan en Santo Domingo: tenemos dos en apenas 5 cuadras, todo este desmadejado discurrir le parezca maravilloso), estos seres, con la única posible excepción del pastor (como es un mantenido por los demás, siempre está bien), van desgranando en cámara lenta ante nuestros ojos y oídos sus respectivas desgracias: el héroe de guerra sicótico, la chica solitaria que añora al padre, la madre y su niña pasando malos ratos, la jovencita embarazada y sola, el ladrón arrepentido, el enfermero que (milagro) convierte a un moribundo a la fe en 30 segundos, la pareja que vive sufriendo durante años por la hijita muerta, o sea, que la edición narrativa de este filme consiste en un continuo brincoleo de un gimoteo a otro, uno que sufre mucho, otra que sufre más al paso de un par de minutos, tres minutos y todo un robo extrañísimo con vehículo incrustado de narices en una casa, dos casi suicidas cada uno de un lado del puente a la espera de que Dios les dé una señal, madre e hija durmiendo en auto viejo bajo aguacero (o sea, dándonos lástima, que es el propósito final de cada uno de los personajes y del filme en su conjunto, el otro, tan bueno que es, pero que se lo va a llevar quien lo trajo por estar durmiendo a la intemperie a pesar de sufrir enfermedad terminal, todo por ayudar a la pobre madre que sale luego cargando a la niña para dar pena a pesar de que la niña, que dizque estaba enferma, hasta baila ballet con los trajes de la muertita añeja del hombre nuclear y cuando, ya con los pantalones hechos una lástima de tantas lágrimas, no esperamos más y nos desgaritamos cuando, qué barbaridad, a punto estábamos de convertirnos.
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