(Carta 74: PL190, 533-536)
NO RECIBE LA CORONA QUIEN NO LUCHA SEGUN EL REGLAMENTO
Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y
queremos conocer la significación de nuestro nombre -nos designan obispos y
pontífices-, es necesario que consideremos e imitemos con gran solicitud las
huellas de aquel que, constituido por Dios Sumo Sacerdote eterno, se ofreció
por nosotros al Padre en el ara de la cruz. Él es el que, desde lo más alto de
los cielos, observa atentamente todas sus acciones y sus correspondientes
intenciones para dar cada uno según sus obras.
Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido
la gloria del nombre y el honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el
fruto de los trabajos espirituales; sucedemos a los apóstoles y a los varones
apostólicos en la más alta responsabilidad de las Iglesias, para que, por medio
de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del pecado y de la muerte, y el
edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las virtudes, se
levante hasta formar un templo consagrado al Señor.
Ciertamente que es grande el número de los obispos. En
la consagración prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y
de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo
profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se
desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es abundante y, para
recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni
pocos obispos.
¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma en
la cabeza de todas las Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién
ignora que las llaves del reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso
no se edifica toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta
que lleguemos todos al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el
conocimiento del Hijo de Dios?
Es necesario, sin duda, que sean muchos los que
planten, muchos los que rieguen, pues lo exige el avance de la predicación y el
crecimiento de los pueblos. El mismo pueblo del antiguo Testamento, que tenía
un solo altar necesitaba de muchos servidores; ahora, cuando han llegado los
gentiles, a quienes no sería suficiente para sus inmolaciones toda la leña del
Líbano y para sus holocaustos no sólo los animales del Líbano, sino, incluso,
los de toda Judea, será mucho más necesario la pluralidad de ministros.
Pero quien fuere el que planta y el que riega, Dios no
da crecimiento sino a aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su
doctrina.
Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causa más
graves, que deben ser examinadas por el pontífice romano, y por los magistrados
de la santa madre Iglesia que él designa, ya que, en cuanto participan de su
solicitud, ejercen la potestad que se les confía.
Acordaos, finalmente, cómo se salvaron nuestros
padres, cómo y en medio de cuántas tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de
qué tempestades salió incólume la nave de Pedro, que tiene a Cristo como
timonel; cómo nuestros antepasados recibieron su galardón y cómo su fe se
manifestó más brillante en medio de la tribulación.
Éste fue el camino de todos los santos, para que se
cumpla aquello de que nadie recibe el premio si no compite conforme al
reglamento.
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