SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ.



COMENTARIO A LA LITURGIA DE LA PALABRA. 


San José tuvo temor de su responsabilidad al conocer el secreto que concernía a María. Teme pasar por padre del hijo divino. Pero al mismo tiempo que temeroso es justo, es decir, laborioso, amante, delicado, obediente y desinteresado. No es la duda lo que predomina en él, sino el verdadero temor de Dios. La palabra de un profeta legitimina una dinastía y enraíza en ella un símbolo mesiánico. Dios no estuvo sólo con David para salvar a su pueblo, sino también con su sucesor y todos sus descendientes. La filiación divina del rey no es un mero título. Quiere ser afirmación de la cercanía en que Dios está de su mediador y del pueblo ante el que es signo. A los ojos de Dios no cuentan las prosapias y los registros dinástico, sino la fe. Este es el único título de nobleza y la única sangre azul que se cotiza en el protocolo del Reino de Dios. En el nacimiento de Cristo se combina misteriosamente lo natural y lo sobrenatural.  Cristo era un hombre como los demás, pero al mismo tiempo era fruto del Espíritu Santo. José aceptó esta paradoja, porque era creyente. El temor de Dios se manifiesta en la comunidad cristiana como fuente de vida y camino de confianza, obediencia. Reunidos en asamblea, dirigimos nuestra plegaria al Padre con espíritu de hijos adoptivos que tememos y amamos a Dios. La solemnidad de San José en el interior de la Cuaresma, lejos de ser un obstáculo, ayuda a encontrar un modelo de respuesta generosa a la llamada de Dios. José es semejante a Abrahán en su fe incondicional. Hombre justo y fiel a quien Dios quiso escoger para ponerlo al frente de su familia; creyó contra toda esperanza y en silencio cumplió la voluntad de Dios. 


Que tengan todos un feliz día de San José y una hermosa Eucaristía.


Su hermano en Cristo:

José Luis Ogando Martínez.

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