SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO.

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO,
REY DEL UNIVERSO. 

La solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo (Cristo Rey), fue instaurada por Pío XI el 11 de marzo de 1925. Apareció en el contexto histórico y social de una Iglesia sola e inerme frente al auge republicano y anticlerical de los países europeos. No olvidemos que las monarquías eran tradicionalmente cristianas y que los eclesiásticos se declaraban monárquicos. Es fiesta de un título de Cristo correspondiente a una ideología, hostil a la secularización del mundo moderno y nostálgica de la cristiandad medieval. Se revaloriza el título de Jesús como Rey de reyes, con la pretensión de que los Estados reconozcan pública y oficialmente a Jesucristo Rey, mediante consagraciones hechas por el primer mandatario de la nación. Ante los nuevos parlamentos, la Iglesia pretende defender sus derechos a través de partidos políticos cristianos y de centrales sindicales católicas. No se admitía la autonomía del mundo, se defendía el poder temporal de los papas y se exaltaba la autoridad de la Iglesia institucional hasta límites incleibles. Como Jesús es Rey, se concluía  que la Iglesia ha de ejercer la realeza con todas sus consecuencias relativas a derechos, privilegios e influencias. Otros pretendieron espiritualizar la realeza de Jesús considerado Rey de las almas, sin conexión alguna con lo social y lo político. Jesús era como mero guía espiritual. Después del Concilio Ecuménico Vaticano II debemos situar la solemnidad de Cristo Rey en un nuevo contexto social, dentro de las perspectivas litúrgica del Viernes santo. El mundo posee su autonomía propia, no pertenece a la Iglesia. Sólo desde la fe podemos afirmar que Jesucristo es Señor del mundo y de los hombres.  También debemos revisar nuestra concepción cristiana de la Iglesia y, en concreto, las relaciones de ésta con el Estado. La Iglesia ha de ser libre e independiente de todo poder civil. Su misión incide en las realidades temporales, aunque desde el ángulo de lo específicamente evangélico, ya que el ejercicio del profetismo es tarea esencial cristiana. La realeza de Cristo no se visibiliza en la Iglesia por sus poderes o su esplendor,  sino por la justicia, el servicio y la caridad. 

(Libros consultados: Misal de la Comunidad,  Vaticano II, Catecismo de la Iglesia Católica).

José Luis Ogando Martínez.






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