ORACIÓN
Dios y Padre de todos, que cuando tenga que rendir cuentas de mi vida me encuentre fiel, siendo generoso y misericordioso con los demás. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén.
DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO.-
Color verde
MISA (C): Propio; Gloria; Credo; Oración de los Fieles Propio; Prefacio Dominical VI; Plegaria Eucarística III.
LITURGIA DE LAS HORAS:
Invitatorio: Salmo 99; en el Oficio de Lectura: Te Deum; Domingo I del Salterio y Domingo XXV del Tiempo Ordinario.
LECTURAS BÍBLICAS:
Am 8, 4-7;
Sal 112, 1-2. 4-8;
1 Tim 2, 1-8;
Aleluya: 2 Cor 8, 9
Lc 16, 1-13.
OFICIO DE LECTURA:
Año 1:
Is 6, 1-13: Vocación del profeta Isaías.
Patrística:
Del sermón de san Agustín, obispo, sobre los pastores: Los cristianos débiles.
COMENTARIO A LA LECTURAS DE LA MISA:
La profecía de Amós sitúa fuera de la alianza a los hombres corruptos y deshonestos que tratan a los pobres como una mercancía. En el evangelio se proclama una parábola
sorprendente. Su interpretación no es fácil. Hay que escucharla como un enigma a descifrar. La clave de interpretación son estas palabras: «Ganaos amigos con el dinero de la iniquidad, para que, cuando os falte os reciban en las moradas eternas». Estos amigos, sin lugar a duda, son los pobres, y las moradas eternas son el cielo de Dios. Es como decir: «Imitad a este administrador; sed amigos de los que un día, cuando os encontréis en necesidad, os acojan». Su calculada astucia radica en que, cuando sea despedido, encuentre acogida en casa de los deudores, a los que ha perdonado parte de lo que estos debían a su dueño. Estos amigos poderosos, se comprende, son los pobres, ya que Cristo considera dado a él
en persona aquello que se da al pobre. «Los pobres -decía san Agustín- son, si lo deseamos, nuestros mensajeros»: nos permiten transferir, desde ahora, nuestros bienes a la morada que se está construyendo para nosotros en el más allá. El Señor, es evidente, no alaba el arreglo del administrador injusto, sino su astucia, y llega a esta conclusión: «Los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz». El Señor invita a la sagacidad que hay que tener para recibir el reino de Dios, y proclama el valor relativo del vil dinero, y claramente advierte: «No podéis servir a Dios y al dinero». Las riquezas y Dios se excluyen mutuamente. La palabra que usa para nombrar dinero (mammona) es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo para conseguir el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de la persona. Por tanto, hay una decisión fundamental escoger entre Dios y las riquezas. Hay que optar entre la lógica del lucro, como criterio último de nuestra actividad, y la lógica del compartir y de la solidaridad.
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