ORACIÓN
Padre nuestro, que estás en los cielos, tú, que has querido que la buena nueva del Evangelio fuera revelada a los pobres y oprimidos, mirame que soy un ser de polvo cuyos planes perecen, haz que tome mi vida como un don gratuito que tú me has dado, que no permanezca insencible a la situación de los necesitados, y haz que goce de tu auxilio, pues sólo espero en ti. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO.-
Color verde
MISA (C): Propio; Gloria; Credo; Oración de los Fieles Propio; Prefacio Dominical IV Plegaria Eucarística III.
LITURGIA DE LAS HORAS:
Invitatorio: Salmo 94; en el Oficio de Lectura: Te Deum; Domingo II del Salterio y Domingo XXVI del Tiempo Ordinario.
LECTURAS BÍBLICAS:
Am 6, 1a. 4-7;
Sal 145, 7-10;
1 Tim 6, 11-16
Aleluya: 2 Cor 8, 9;
Lc 16, 19-31.
OFICIO DE LECTURA:
Año 1:
Miq 3, 1-12: Jerusalén será destruida por los pecados de sus caudillos.
Patrística:
Comienza la carta de san Policarpo, obispo y mártir, a los Filipenses: Estáis salvados por la gracia.
COMENTARIO A LA LECTURAS DE LA MISA:
La liturgia de la Palabra está centrada en el tema de la justicia. La parábola de Lázaro hay escucharla y predicarla como lo que es, una parábola con su lenguaje propio. No sería bueno sacar conclusiones referentes a los novissima. Hoy no se habla del «más allá», sino del «más acá». Se describe la situación del hombre rico y su opulencia en los banquetes y los vestidos. También la situación del pobre. Éste tiene nombre: Lázaro; el otro no. Los ricos y los poderosos de este mundo tienen nombre y publicidad, los pobres son anónimos. En el reino de Dios es al revés. Lázaro está sentado a la puerta de la casa del rico y cuando éste entra no lo ve y permanece insensible a su situación. Mientras el rico banquetea, Lázaro se muere a las puertas de su casa. La indiferencia crea un abismo y una ceguera. Hay una fosa profunda («abismo inmenso») que los separa. La cuestión se resuelve en el más allá: el pobre se convierte en rico y el rico en pobre. El primero vivía de las migajas del rico; ahora se invierten los papeles, y es el rico quien reclama las migajas que no le son dadas. La conclusión es ésta: hay que vivir según la Palabra de Dios (Escritura) que nos exige compartir los bienes y no endurecer el corazón ante el sufrimiento de los hermanos. Por eso Jesús remite siempre en su predicación a la Escritura (Moisés y los profetas). Aun la presencia de un muerto resucitado es inútil debido a la ofuscación provocada por las riquezas. Se afirma que el poder de la avaricia y el egoísmo, llevado a categoría existencial, deshumaniza tanto que hasta a un muerto resucitado no se le haría caso. Quizás la última referencia sea una alusión a la fe pascual de la comunidad. Justamente por la mención de los profetas se proclama, en la primera lectura, el gran oráculo de Amós contra los poderosos insensibles a los pobres.
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